Lo abro como cada día, con gesto mecánico, recojo su contenido sin la menor curiosidad, y cuando entro en casa lo dejo encima de la mesa con la misma indiferencia con la que me vacío los bolsillos. Ya sé lo que hay, de modo que lo dejo para más tarde, dado su interés, y me dispongo a hacerme un café. Y mientras me siento a disfrutarlo, me sorprendo añorando una prática irrecuperable.
No soy de los que piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor, como tampoco me declaro vanguardista incondicional. Entre otras cosas, porque detesto el encasillamiento impuesto por las etiquetas, que suelen ser tan dogmáticas por un lado como excluyentes por otro.
Lo que echo de menos es que en el buzón ya no haya cartas. Me refiero, naturalmente, a aquellas misivas que eran todo un rito, un arte en sí mismas, sin que el emisor tuviera que ser necesariamente un artista. Era la elección del papel -no servía cualquier papel para según qué cosas-; la disposición para escribir que era necesario adoptar (sentarse a la mesa, tomar la pluma, contar con un poco de tiempo, cierta tranquilidad...); era la necesidad de pensar en el receptor, y así elaborar lo que se quería decir y cómo; era la liturgia de las formas (fecha, encabezamiento, márgenes...); era el pudor de no cometer faltas de ortografía, así como el placer de la caligrafía. Y también era el arte de doblar el papel adecuadamente para su digno acomodo dentro de un sobre que tampoco era cualquier cosa. Era, al fin, escribir, si cabe con mayor
esmero, el nombre y dirección del destinatario, un remite discreto y por último, la correcta colocación del sello.
Recoger del buzón una carta en la que veías tu nombre manuscrito, tenía un pellizco casi imperceptible de emoción porque llevaba implícito el anticipo cierto de que dentro del sobre, alguien, cuya identidad acababas de desvelar por su letra, tenía cosas que decirte a ti y sólo a ti; que su mano y su pluma y sus borrones estaban ahí porque tú estabas ahí.
Eran las cartas que emigrante en Alemania escribía a su madre, las que el soldado, a su novia, las que el amigo, al amigo. Y también las que han constituido el eje básico de las relaciones entre no pocos escritores, pensadores, políticos, científicos y artistas, sin cuyo amarillento tetimonio es posible que nunca hubiéramos podido acercarnos a su dimensión más humana. Y qué coño, las que constituyen por sí solas un género literario.
Hoy los buzones han devenido tristes receptáculos de propaganda, facturas y extractos de cuentas. Táchenme de romántico baboso y pastelón, pero añoro aquella práctica. Que sí, que los tiempos son otros, ya lo sé, que si el fax, primero, los SMS después, el mail, ahora, y mañana, lo que venga. Hoy todo es más rápido, y así debe ser, más sencillo, de acuerdo, todo en tiempo real, vale. Pero el hilo mágico, siempre nuevo y siempre único que tejía la carta en su recorrido, ése, no hay técnica que lo rehabilite. Pónganse la mano en el corazón y díganme si es lo mismo "guapa, te echo mucho de menos y te quiero", escrito con una estilográfica en un papel verjurado, que "wapa te exo muxo de - y tq" en la fría pantallita de un móvil.
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6 comentarios:
Antiguo: estoy a punto de coger pluma y papel y escribirte: antiguo, estoy a punto de coger pluma y papel y escribirte.... Qué quieres que te diga: mi artrosis se resiente más con el ratón. Un abrazo.
Ayyyy, qué de recuerdos. Sobre todo de esas cartas que llegaban y que debías guardar dentro de un libro porque no podías leerlas al momento, y ya todo lo que hicieras daba vueltas a la cartita... ¡Qué recuerdos! Gracias por traerlos...
Mi madre me las dictaba: "Espero que al recibo de ésta, estéis todo bien. Nosotros lo estamos a Dios gracias..." Se lo tengo que contar a mi hijo. No sé si me creerá.
Un abrazo.
¡Y yo que me creía una rara avis!Da gusto comprobar que la fauna sentimental todavía no corre peligro de extinción. Mi abrazo para los tres y mi deseo de larga vida a vuestros cálamos.
Comenzando por el final, claro que no es lo mismo. Siempre recordaré la ilusión con la que me asomaba al buzón. Ahora sólo me mandan recibos y apuntes del banco.
Pero las nuevas tecnologías me permiten estar en contacto más a menudo con mis amigos, y también he podido conocer más gente interesante.
Lo uno por lo otro, en mi opinión.
Un abrazo
La carta es una prueba física de una realidad más o menos lejana. Hoy todo el mundo es cercano pero irreal. Es tan irreal que nuestro presente físico, de común, parece vacío de interés.
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