domingo, 30 de septiembre de 2007

El amigo del alma. El alma del amigo

A lo largo de casi un cuarto de siglo hemos sabido mantener largas charlas, encendidas unas veces; más atemperadas, otras, pero siempre francas y apasionadas, en las que la literatura señoreaba sobre nuestras cabezas, nuestras palabras, nuestras cervezas, nuestras horas. Muchas veces eran nuestros propios poemas o relatos los que sometíamos al juicio del otro. Entonces afilábamos los cuchillos sin contemplaciones, nunca nos gustaron los paños calientes (la verdad es que sus filos siempre trabajaron más que los míos, y con razón). Y aún seguimos haciéndolo: yo, con su producción literaria y él (ha tenido que aceptar mi deriva), con mi pintura.
Hoy es un día grande. Mi amigo Francisco Páez de la Cadena, y cuando digo amigo se me hincha el pecho con ese puntazo de orgullo reventón, acaba de publicar este breve y precioso poemario. Delicioso de principio a fin, escrito con la naturalidad, con la facilidad con la que sólo los buenos saben hacer las cosas difíciles. Es el lenguaje poético evadido al fin de la opacidad de antaño, en la que tan ardua resultaba a veces la lectura como sencilla la visión del alma necesitada que se ocultaba tras los textos. Hoy es la voz de un hombre comprometido con la belleza y su expresión, con la palabra y el enorme respeto que se le debe. Y es la huella de un poeta reconciliado con el mundo. Y enamorado.
Reproduzco uno de los -a mi juicio- más bellos poemas.


LUZ Y JADE


Jabonoso ese verde, el verde opaco.
Como un ojo de hierba
en una lechosidad como de niebla.
Como lágrima quieta,
con la lentitud resignada
de las enredaderas minerales.
Como algas secas ya, hojas a punto de caer
y morir.
No hay alegría
sino pasado turbio en esa piedra verde
que no llega a esmeralda
excepto cuando roza,
como péndulo que se detiene y goza,
la línea divisoria de tu piel y tu pecho.
Y se duerme en tu cuello.

Si no vuelvo a escribir en este foro es porque Paco me ha cortado la cabeza por publicar esto.



lunes, 24 de septiembre de 2007

300 = 1 x 16

Todos conocéis la fábula.
Un escorpión quería atravesar un riachuelo. Consciente de su naturaleza, y temiendo ahogarse en el intento, pidió por favor a una rana que le transportara sobre su lomo.
- Soy un animal blando y vulnerable -opuso el batracio-. ¿Cómo sabré que no me matarás?
- Sólo quiero cruzar el río -respondió el escorpión, con voz lastimera-. ¿Cómo podría causar mal a quien me está haciendo un gran favor?
Convencida, la rana le permitió subir a su espalda y se zambulló con cuidado para que nada le ocurriese al pasajero. Casi alcanzada la otra orilla, el escorpión clavó violentamente su ponzoñoso aguijón en el cuerpo de la rana, y saltó a tierra. Herida de muerte, aún alcanzó a preguntar:
- ¿Cómo has sido capaz de hacerme esto?
- Lo siento, rana -repuso, suspirando, el escorpión-, es que no puedo evitar ser lo que soy.


Hace unos días, con nocturnidad y con la alevosía prestada por un código penal sonrojante, salió de la cárcel una basura en forma de violador reincidente redimido.
El informe psiquiátrico, como es alarmantemente habitual, concluye que el sujeto no está rehabilitado, a pesar de la intachable conducta (también habitual) mostrada durante su condena. Dieciséis años por dieciséis violaciones. Curiosa coincidencia. Lo que no parece quedar muy claro es si la primera violación se paga con dieciséis y las demás son gratis, o si cada heroico acto de violencia sexual sale por uno. Es cuestión de libre interpretación. O de simples números, ya que la condena impuesta en su día fue de más de trescientos años. Se reiría uno si el drama no le helara la sonrisa en la cara.
El baranda de turno al frente del ministerio de la cosa, se cubre las espaldas detrás del tocho que ampara tan prudente decisión, y se permite la vergonzante frivolidad de acallar las muchas voces discrepantes, declarando que este tipo de acciones no puede juzgarse "en caliente". Qué oportunidad perdida para meter la lengua en ácido sulfúrico.
Después viene, claro, lo de la polémica. Que si la castración química, que si los medicamentos inhibidores, que si el control telemático de movimientos, que si la Lola se va a los puertos. Pero el tipo, en la calle, pobrecillo, ya ha cumplido. Derechos humanos para los deshechos humanos.
Una manzana podrida no puede volver a estar nunca en el cesto de las sanas. Sáquenla, cúrenla, y si no pueden, lo siento por la manzana, pónganla en mitad del desierto y cuiden de que no se muera hasta que se pudra del todo. O cómansela asada, me da igual.
Esas pobres dieciséis familias son las que de verdad están cumpliendo cadena perpetua por un delito que no viene en el tocho. Mientras, ese cabrón ya debe de haber empezado a husmear por los portales al tiempo que se toca con disimulo lo que nunca debió tener. Un escorpión es un escorpión.

jueves, 20 de septiembre de 2007

El aroma de las rosas


La jornada de hoy no ha sido especialmente larga, pero sí, desde luego, intensa, a pesar de no haberme puesto la ropa de faena ni haber cogido un pincel. Creo que voy a tener que explicarme.
Ayer di por terminada la pintura que reproduzco. Es grande -180 x 90 cms.-, y he estado trabajando en ella los últimos ocho días, eso sí, en jornadas mucho más largas que la de hoy. Ya está. Creo que tiene lo que debe, y cualquier añadido estaría de más ("no la toquéis ya más, que así es la rosa", ay, mi Juan Ramón querido). No quiero decir que esté particularmente satisfecho de ella, pero es que no lo estoy de ninguna de mis pinturas, y espero que sea siempre así, porque el día que alguna de ellas me satisfaga plenamente, la pondré en el cénit de mi universo, y después haré una pira con todos mis materiales, libros y herramientas y me sentaré tranquilamente a ver cómo arde el estudio, mientras pienso qué voy a hacer al día siguiente.
Ayer, decía, la terminé. Pero hoy es el día de la distancia, no sólo física (este cuadro debe mirarse desde cuatro o cinco metros), sino espiritual. El día siguiente (el día después, como dice algún idiota) es el del desdoblamiento, algo así como lo que vemos en los efectos especiales de las películas en las que el cuerpo del muerto permanece tendido mientras el alma, o lo que sea, se desprende de aquél en forma de alter ego (Ghost, por ejemplo). He estado hora y media, más o menos, frente a la tela -ni siquiera la he montado aún sobre el bastidor-, permitiéndome sólo algunas interrupciones para hacerme un café o cambiar los conciertos de cello de Boccherini por alguna cantata de Bach; hora y media "desapasionando" la mente y el ojo, tratando de adquirir el punto necesario de frialdad, de ajenidad (perdón por el palabro) para intentar la elaboración de un criterio objetivo. Este es el ejercicio; el resultado lo decide lo que podríamos llamar la pulsión interna, si no resultara un poco cursi. De hecho, si después de la sesión analítica no me queda dentro cierto poso de inquietud, de tensión vibrante, lo normal es que el lienzo acabe en la basura, hecho trizas, aunque por fortuna no ocurre a menudo.
El proceso, hasta este punto, es común a todo tipo de creación pictórica, sea figurativa o abstracta. Pero a partir de aquí, cuando se trata de abstracción -en la que me muevo desde hace ya tiempo, sin perjuicio de retornos ocasionales a temas figurativos-, las cuestión es más compleja: hubo una etapa en la que el ejercicio continuaba con el capítulo de preguntas (qué es esto, por qué has pintado esto y no otra cosa, qué quieres expresar con esto...). Confieso que me desasosegaba profundamente no encontrar respuestas inmediatas a preguntas tan obvias, y que en ocasiones, para evitar esa desazón, llegué a "preconcebir" en exceso algunas obras para poder "explicarlas" después. Los resultados siempre fueron nefastos: pinturas encorsetadas, rígidas, asfixiadas. Una mierda, vamos. Esta consecuencia me hacía sentir aún peor, por lo que decidí liberar todo prejuicio y dedicarme a pintar. Sólo eso. Bendita decisión.
Yo no sé explicar mi pintura, acaso alguien quiera hacerlo por mí, la verdad es que me trae sin cuidado. En la ejecución no me preocupa nada que no sea dejarme llevar por el hecho mismo de pintar, cubrir la superficie, crear armonías a partir de masas cromáticas conscientemente dispuestas, a pesar de lo que pueda parecer, experimentar nuevos métodos, nuevos elementos... Dejemos las interpretaciones a los críticos, para que sigan escribiendo reseñas ininteligibles, o a los psicólogos, para que nos salven el futuro tras descubrir en el lienzo algún trauma infantil al que convendría poner remedio.
Cuando el producto final se cuelga de una pared frente a un público, o en tu casa, frente a una visita que viene a cenar, casi de inmediato surgen aquellas mismas preguntas que yo me hacía y que ya no me incomodan lo más mínimo. La respuesta tiene que nacer de la disposición con que el receptor se coloca ante en cuadro. Y lo que ocurre es que se contempla el arte abstracto con el traje de ver paisajes o retratos al uso, es decir, imágenes reconocibles, interpretables desde la razón. Y eso es lo primero que hay que cambiar para participar de la pintura abstracta (nótese que no digo entender, ya que este concepto volvería a llevarnos al error de mirar desde la razón). Es como si quisiéramos oler el aroma de una rosa acercándola al oído. Otra cosa bien distinta es que tras ese aprendizaje, decidamos que lo percibido nos llega o no, nos conmueve o nos produce rechazo, nos cautiva o ni siquiera se queda en la superficie. Al fin y al cabo, el aroma de las rosas no tiene por qué gustarle a todo el mundo.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Grande. Gordo. Genial.

No quisiera dejar pasar más tiempo sin escribir un breve testimonio de reconocimiento.
No por esperada se me hizo menos triste la noticia de la muerte de Luciano Pavarotti. Confieso mis escasos conocimientos en materia operística, pero no encuentro en ello obstáculo para manifestar mi más profunda admiración por el recién desaparecido. En cualquier foro más o menos especializado, o en cualquier telediario, se hicieron, hace unos días, las más diversas semblanzas del tenor, abordando sus dimensiones humana, lírica o filantrópica. No voy a incidir ahora en ninguna de ellas; prefiero darlas por supuestas, y si en alguna se llegara a exagerar -costumbre habitual al alabar las virtudes de todo muerto-, pues me da igual, como me da igual que hayan podido silenciarse aspectos menos encomiables. Al fin y al cabo, también los divos tienen derecho a guardar algún cadáver en el armario.
Lo que sí puedo afirmar es que la voz de este hombre, no sé si por su timbre, su transparencia, su color (como dicen los entendidos), o por su asombrosa capacidad para alcanzar registros imposibles, es perfectamente reconocible entre de cenas de voces. Al menos yo la reconozco, y sospecho que le ocurre lo mismo a una impresionante masa popular. Creo que esta cualidad innata, unida a otras más estudiadas (como la de haber empeñado no pocos esfuerzos en desencasillar el bel canto de la elite, para desgracia de los puristas), hacen de Pavarotti un tipo único. Y esa condición le convierte en genio.
Es una lástima que la voz no sea un órgano, para que pudiera ser transplantada.

lunes, 10 de septiembre de 2007

¿Cómo dice...? (III)

Sábado por la noche, hogar, dulce hogar, nunca he sido demasiado noctámbulo, acaso en aquella juventud temprana, tan lejos ya, y ni siquiera entonces. Además, estamos mi amore y yo solos en casa (el único zagal que vive con nosotros tiene fiestuki esta noche). El domingo tenemos gente a comer. Ella está en la cocina, le encanta la cocina cuando puede dedicarle tiempo, y se lo agradezco en el alma porque tengo las mismas habilidades culinarias que un bloque de cemento. Yo, tan vulgar, me pongo el Islandia - España, sin entusiasmo, la verdad. Pocos minutos después, viendo el juego que hace nuestra escuadra, se confirma mi primera intuición: adónde vamos con esto.
Pero haciendo bueno el dicho de que donde se cierra una puerta se abre una ventana, descubro que, a falta de buen juego, tenemos la compensación de una narración virtuosa. Antes del primer cuarto de hora, sin que exista, ni por asomo, la menor posibilidad de un gol de nuestra selección, el ilustre comentarista suelta la primera perla (que, por cierto, repetirá en la segunda parte):"... el partido se está poniendo muy épico...". Supongo que querría decir que se esperaba de los nuestros un juego muy superior al del rival para ganar -cosa que ni de coña ocurría-, o, sencillamente, que el partido se estaba complicando. El caso es que el iluminado este no aclaró dónde veía la epopeya.
Por fin, tras una jugada bien construida, un delantero español consigue chutar (observen que hace mucho que ya no se chuta, por Dios, qué anacronismo), aunque con poca potencia y menor fortuna. El locutor sale al paso para precisar que "ha sido un disparo muy escaso". Juzguen ustedes.
Ya en la segunda parte, tras un saque de esquina del equipo islandés, los nuestros pasan algún apuro. Menos mal que "acude Juanito a ayudar, muy lejos de su hábitat". Tócame las castañuelas, María Manuela. Deduzco de la apreciación de nuestro ínclito parlante, que posiblemente el hábitat de Juanito sea la selva amazónica, el círculo polar ártico o tal vez el desierto del Gobi, y que en un arranque de furor patrio acude a toda velocidad para despejar un balón comprometido. Caramba, eso sí que sería épico, si no fuera porque el único sitio del que Juanito estaba lejos era de su demarcación. Pero coño, es que lo de hábitat suena culto que te pasas.
En las postrimerías del encuentro, y gracias a un gran remate de Iniesta, España consigue empatar. Bueno, con otras más feas hemos bailado. Y el amigo del micro nos dice que "Iniesta tiene una gran definición". Después del partido había una peli. Infame, mala donde las haya, pero yo, ahí, aguantando como un jabato. No por masoquismo, ni mucho menos, sino porque estaba convencido de que en alguno de los quince intermedios saldría Iniesta a darnos su misteriosa definición, quizá un neologismo, una teoría revolucionaria, algo... Pero no salió. Y nos fuimos a la cama con dos decepciones y un motivo de orgullo. Las decepciones: la selección y la incomparecencia del jugador. El motivo de orgullo: ustedes ya lo saben.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Lo he visto en la tele

Hala, venga, ya estamos todos aquí, qué bien, luces, cámara, acción, que el puchero tiene que empezar a hervir, el motor tiene que sonar como Dios manda, que el viaje es largo, vamos, que empieza el espectáculo. Los síntomas son inequívocos, ya se han visto en la tele y ya se sabe que nada es cierto hasta que la tele no lo consagra. Repasen, si no, mentalmente, los últimos telediarios. Cualquier informativo que se precie viene abriendo estos días con la noticia más relevante a nivel planetario, a saber, las retenciones en los accesos (accesos de entrada, dice todavía algún imbécil) a las grandes ciudades, incluida la siempre jugosa entrevista al conductor de turno, que tras una breve reflexión ante la cuestión metafísica que le plantea el reportero, comenta, mientras su santa le mira, arrobada,: "Sí, hemos decidido venir un día antes para evitar aglomeraciones". La imagen puede ser de este año o del 78, es igual, lo mismo que la de la estación de autobuses, o la de la cola de facturación del aeropuerto, sólo variará el modelo del vehículo (rara vez el de los tipos). Pero es igual, ahí está el valor del testimonio, que es lo que importa.
No es un espejismo, no, la tele ha vuelto a sacar a la señora gorda de la playa levantina, negra como un tizón (ocho horas diarias de espanzurre al sol, por veinte días, multipliquen). "Y con quién ha venido, ¿con su marido?" , inquiere la sagaz reportera. La señora suelta una carcajada que deja ver los últimos supervivientes de la encía superior. "¡Qué va, entre hijos, yernos, nueras, nietos y mi madre, hemos sido doce en el apartamento!¡Figúrese el lío pa comer y pa dormir en estos diecisiete días!" Y vuelve a reírse, con orgullo de matriarca. "¿Y cuándo se marchan?". La risa desaparece inmediatamente. "Ya, mañana", se lamenta.
Sí, sí, esto se acaba, el drama se nos viene encima, y mucho más desde la inmisericorde aparición de esa garra maldita, de esa pandemia voraz llamada síndrome post-vacacional, que desde hace unos años amenaza cada septiembre con lesionar irreversiblemente la equilibrada estructura psicológica de todo trabajador, que se fue con estrés y vuelve con depre; esa terrible plaga que se ceba especialmente con algunos pobres e indefensos jóvenes que llevan en el mercado laboral un par de años. Menos mal que inmediatamente después de sus dolientes testimonios, se recaba con urgencia la opinión profesional de un psicólogo que, grave y circunspecto, como si de su declaración dependiera el éxito de su tesis doctoral, sugiere, suave, dulce, una serie de recomendaciones preventivas de fácil observancia, para hacer menos traumática la fatídica reincorporación al puesto de trabajo. Las medidas recomendadas suelen consistir en volver uno o dos días antes a casa, poner el despertador a la hora habitual aunque uno siga durmiendo, para que el cuerpo se vuelva a acostumbrar, y alguna que otra instrucción similar, siempre de alto contenido científico. Cuántas vidas, cuántos futuros no habrán salvado sis saberlo.
Protéjanse ustedes, que esto va en serio, de verdad, lo he visto en la tele: se anuncian cursos revolucionarios de inglés. Interactivos, no les digo más, que se necesita ser torpe para no hablar como un locutor de la BBC con herramientas así. ¿Que lo suyo no es el jaguaryú? No importa. Usted lleva un artista dentro, aproveche el magnífico curso de dibujo y pintura (el mismo de hace catorce años, será porque el arte es intemporal), que además, este año le regala con el primer número... ¡tacháaaan... dos tubitos de pintura al óleo! Y si no, los cochecitos que hicieron historia en Le Mans, o los cuentos de Calleja en miniatura, supongo que especiales para présbitas (manda huevos), o setenta y dos bobinas de hilos de colores.
Ojo, pónganse el casco, las orejeras, las gafas protetoras. Lo he visto en la tele, Zapatero ya ha lucido moreno en Rodiezmo, como hace años lo hacía el del bigotito en no sé dónde de Onésimo. Qué culpa tendrán los castellano - leoneses para que siempre se lleven la primera en la frente. Cuidado, que esto va en serio, que esta gente amenaza con volver (este, de momento, ya está subiendo las pensiones, lagarto, lagarto). Miedo me está dando, más que el síndrome post - vacacional, el que se nos avecina, el pre electoral, del que no hablan los psicólogos, y que me temo pueda causar estragos bastante más temibles.
Vendo una tele. No es de plasma; más bien, de plastas. Con espléndidas vistas al otoño. Baratita.