viernes, 27 de julio de 2012

LA ESPECIALISTA

No se habla de otra cosa. Bueno, sí, de la prima de riesgo, el rescate, el BCE y toda esa maraña de la que la mayoría no entendemos un carajo, salvo que amenaza cada día con desmantelar como un tsunami lo que hemos dado en llamar ingenua y estúpidamente "estado de bienestar". Hecha la excepción, no se habla de otra cosa: apenas quedan unas horas para la celebración de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos, y el mundo (al menos el de los medios de comunicación) parece impregnarse del viejo espíritu de la Grecia clásica, que establecía una tregua inviolable entre los pueblos, que siempre andaban a hostias, mientras durase el olímpico evento.
Los enviados especiales bombardean con sus crónicas socio-cultural-económico-deportivas a todas horas; nos cuentan las andanzas de los chicos por la villa, cómo les quedan los trajes de domador, en fin, todo lo que sirva para llenar las horas previas a tan magno acontecimiento. Pero una cosa es trivializar y otra desaprovechar la ocasión de ilustrar a los pobres legos en materia olímpica, que somos legión. Eso es, al menos, lo que debe de pensar una periodista de una conocida emisora de radio, y a tan noble efecto, llama a alguien (por la voz, una mujer joven) a quien presenta como doctora en Pedagogía y "especialista en juegos olímpicos" (sic). Tras un par de preguntas elementales, respondidas con sendas obviedades, la periodista inquiere: "¿En la Grecia antigua también había premio para el segundo y el tercero?" Respuesta de la especialista, categórica: "No. Sólo se premiaba al primero, por una razón: los griegos antiguos tenían la costumbre de premiar sólo al primero". Supongo que debió de percatarse inmediatamente del calado metafísico de la respuesta, pues trató de arreglarlo con alusiones a héroes y tal y cual y vaya usted a saber... "¿Qué premio recibía el vencedor?", vuelve al ataque la entrevistadora. "Normalmente eran premios en metálico", responde la especialista, "monedas, aceite, animales, etc."
Cómo se agradece que los elegidos accedan de cuando en cuando a iluminar al resto de los mortales con unos destellos de su inmenso caudal de sabiduría. Reconozco que soy otro después de haber escuchado a la doctora especialista. Sólo me han quedado unas pequeñas dudas, que trataré de trasladar a tan insigne lumbrera: El aceite metálico, ¿será bueno para el colesterol? El cerdo, la cabra, la vaca o el animal que fuera entregado como trofeo en metálico, ¿lo encerraba el vencedor el en corral o lo ponía de adorno en su casa?
A veces me pregunto si no sería justificable en algunos casos ofrecer sacrificios humanos a Zeus.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Don Francisco

Ciento tres años son muchos, don Francisco. O no. Todo depende del corazón y de la cabeza que los haya vivido. Y mucho me temo que en su caso, la cuenta convencional no sirve para medir la vida de usted.
Pero yo no quiero hablar de su vida, don Francisco. Yo quiero hablar de su muerte, o, mejor, de su asombroso saber morir. Usted dejó el desayuno a medias, se retiró la mascarilla de oxígeno que se había colocado apenas media hora antes, "porque me voy a morir ahora". Eso fue lo que dijo usted a Fátima, su cuidadora fiel, antes de besar su mano y pedir perdón por todo.
Un instante después, Carolyn, su amor, toma la suya y sus miradas quedan ya enlazadas para siempre, por más que sus ojos, don Francisco, dejen de ver, apenas un minuto después, sin saberlo, los ojos de su esposa. Eso fue lo último que vio. Las manos de Carolyn, lo último que tocó. Y sus últimas palabras, más dueño de ellas que nunca, su postrera declaración de amor. El último acto de amor fundiéndose con el último acto de la vida, en un alarde de lucidez, dignidad y elegancia.
Le tengo mucha envidia, don Francisco, yo quiero morir como usted.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Vidrios, cristales e idiotas

El anuncio en la radio viene a decir más o menos, que si pones una bombilla sobre su casquillo, aprietas el interruptor y enciende, eso es cristal. Si lo que pones es una jarra, aprietas el interruptor y no enciende, eso es vidrio. y que si mezclas ambos materiales en el contenedor amarillo, estás perjudicando el proceso de reciclaje. Es decir, que si no reciclas eres un ciudadano insolidario con el medio ambiente y la cosa ecológica; y si reciclas estás en el buen camino, buen muchacho, pero tienes que aprender a hacer las cosas tal como se te digan, que pareces tonto.

Soy de los que, sin obsesionarme, trato de reciclar lo que puedo, con el pequeño esfuerzo y la molestia correspondientes. Vale, lo doy por bien empleado. Incluso no me importa demasiado tener que trasladar en el maletero del coche los diferentes receptáculos con sus diversos contenidos, ya que los contenedores más próximos están a unos quinientos metros. Vale, lo hago.

Pero lo que desde luego no voy a hacer es dejar que me llamen gilipollas con anuncios como este y encima me quieran criminalizar por perjudicar el medio ambiente. ¿Qué va a ser lo siguiente? ¿Hacer subdivisiones en el depósito del papel -couché, prensa, estraza, cartón-? ¿O en el de vidrio -vidrio blanco, verde, ambar-? Se me ocurre que la CAM, padre del anuncio, podría emplear la pasta de tan estúpido mensaje en multiplicar el número de contenedores o en pagar a buenos creativos publicitarios, que los hay.

Desde aquí declaro que como me sigan tocando las narices a pesar de tomarme en serio lo del reciclado, mando a tomar por culo las bolsitas de colores y vuelvo a mezclar el vidrio - cristal, el papel, las latas de sardinas, el yogur que me caducó hace un mes y las cáscaras de melón. Y que lo vayan poniendo todo en el casquillo, a ver si luce.

martes, 30 de diciembre de 2008

¿Cómo dice...? (VIII)

A pesar de todo, no debemos terminar este 2008 -que Dios o el diablo se lleven donde no haya forma de volver a encontrarlo- con el careto de cartón con el que la crisis ha tenido a bien transformar nuestro semblante.
Permítanme un par de pinceladas en forma de coz a nuestro maltrecho diccionario.

1- Enciendo la tele, al azar, cualquier botón, cualquier cadena. Encuentro uno de los quinientos concursos que, emulando al baboso y cansino, pero exitoso OT, pretende lanzar supuestos nuevos valores (que, dicho sea de paso, vienen a tener el talento allí donde el sol no alumbra). Pues bien, la cosa está reñida entre dos concursantes. Tanto, que la clasificación ha de resolverse mediante el voto de calidad del que hace las veces de presidente del jurado. Éste, por fin, se decanta por uno de ellos. Sollozos, lágrimas, agradecimientos y tal. En fin, el programa parece terminar, pero antes, el presentador cree necesario aludir al emocionante duelo final: " ... sólo el voto del presidente ha declinado la balanza...". Y claro, yo me imagino al presidente votando:

Balanza
Balanza
Balanzam
Balanzae
Balanzae
Balanza

Balanzae
Balanzae
Balanzas
Balanzarum
Balancis
Balancis

Para que luego pongan en entredicho el contenido cultural de los concursos.

2- Otra de reporteros-en-directo-para-programa-de-tele-local. De verdad que esto da para escribir una enciclopedia y para llenar las oficinas de empleo de plumillas ineptos.

Madrid Directo, una tarde de otoño. Se conecta en directo con una reporterita muy mona, desde Navacerrada, donde ha caído una nevada tan intensa como inesperada. La pobre chica, guantes polares, gorro siberiano calado hasta los ojos y ventisca de fondo, nos cuenta las dificultades que han encontrado los automovilistas para subir el puerto. Incluso el coche de la tele se ha visto en apuros para llegar: "Hemos tenido muchos problemas, menos mal que hemos subido de manera muy despacita". Pobre hija, después de tanta vicisitud, le deseé de corazón que pudiera bajar de modo más deprisito.

Feliz año a todos (¿o debería decir a todos y a todas?).

lunes, 22 de diciembre de 2008

Los niños de Dickens no han muerto

Mediados de diciembre, casi las nueve de una noche criminal, descaradamente adelantada a un invierno que se presume crudo. Ella sale del hipermercado empujando el carro de la compra hacia el aparcamiento exterior. En un extremo de la explanada, un par de zagales de no más de siete años, juguetean alrededor de unos contenedores. Cuando ven que ella abre el coche para guardar la compra, se le acercan corriendo. Visten unos chándals que alguna vez debieron de ser nuevos y unas zapatillas deportivas que sin duda conocieron tiempos mejores. Nada más.

-Señora, señora, ¿nos das una galleta? -piden en una lengua que quiere parecerse al español.
Ella se queda de una pieza ante las caritas de los niños, y cae en la cuenta de que no jugaban en los contenedores.
-Pues es que no llevo galletas, hijos.
-Pues otra cosa.
Les vuelve a mirar a los ojos, y echa mano a un bolsón de madalenas.
-¿Os gusta esto?
No le da tiempo a decir nada más: los chiquillos se la arrebatan de las manos, dicen algo parecido a "gracias, señora", y escapan corriendo y riendo como alma que lleva el diablo.

Ella es mi mujer. Llegó a casa unos minutos después y me lo contó. Hacía frío, traía el cuerpo encogido. Y el corazón también.

viernes, 12 de diciembre de 2008

De diarreas e incontinencias

No teman ustedes, no es que me haya sobrevenido un repentino acceso de redacción escatológica, aunque, dadas las circunstancias que nos rodean, tampoco sería de extrañar. Tomemos el título, pues, en sentido metafórico.

Sabido es que nos movemos en un mundo de excesos, en el que lo peor no son tanto los excesos en sí mismos como su banalización, hasta el punto de incorporarlos a la vida cotidiana dándoles una inquietante pátina de normalidad. Todo vale, no pasa nada, cualquier declaración, acto o conducta se justifica bajo el amparo de la libertad de expresión, de la inmunidad parlamentaria, de la interpretación interesada o del poder económico y su influencia. O del artículo 33. Y por si todo esto falla, siempre queda el recurso de la tibia rectificación, por la que el autor de un dicho o un hecho reprobables, no sólo queda eximido de toda responsabilidad, sino que se le suele subir a los altares por la humildad y la grandeza de espíritu que representa una supuesta retractación pública.
-Manolo, llámale hijoputa a ése, y si ves que se te echan encima, dices que era algo coloquial, que no había ánimo de ofensa, que se han sacado tus palabras de contexto.

Pedro Castro llama tontos de los cojones a los diez millones que no votan a la izquierda. Un calentón verbal, claro. Medio minuto de reflexión previa le habría hecho caer en la cuenta de que la condición de tonto de los cojones no es patrimonio de izquierdas ni derechas sino más bien un adjetivo inherente a un buen número de indivíduos, con independencia de sus simpatías políticas, algunos de los cuales incluso pueden llegar a ocupar altos cargos municipales.

Joan Tardà, el más insigne parlamentario después de Emilio Castelar, en un brillante alarde de locuacidad, se permite gritar "muerte al Borbón" en un mitin. Vamos, vamos, cómo se puede pensar que desea mal alguno al rey. Estaba aludiendo a una vieja consigna que se decía illo tempore, referida a Felipe V. Y si no, ahí está mamá Bono para dar la carita por él. Mejor será no echar leña al fuego, no sea que el Sr. Tardà nos ponga una querella por calumnias o por atentar contra su honor.

Santos Mirasierra, paradigma de la noble hinchada del Olympique de Marsella, es acusado, juzgado y condenado por un tribunal de esta España fascista, por la nimiedad de agredir a un policía y arrearle un sillazo a otro durante el partido que enfrentaba a su equipo con el At. de Madrid en el Vicente Calderón. Tres años de cárcel. Revisada la causa inmediatamente por aquello de las consecuencias en el partido de vuelta, parece que el inocente aficionado tan solo le daba una palmadita en la espalda al primer policía, y en cuanto al segundo, lo que realmente hacía era ofrecerle su propia silla para que estuviera más cómodo. Nada, nada, seis mil euros de fianza y a casita en jet privado con catering vip a cargo de la dirección de su equipo. Se rumorea que va a recibir en breve la medalla de oro y brillantes del club, al tiempo que se le propondrá para futuro presidente de la UEFA.

Manuel Fraga, preguntado en un acto reciente acerca del peso de los partidos nacionalistas en la escena política actual, afirma que para ponderar su peso habría que colgarlos de algún sitio. Los discípulos del dinosaurio fundador -que debería llevar más de veinte años disfrutando de una digna jubilación- se tragan el sapo y oponen, cómo no, el sentido metafórico de la expresión. Lo que sí hay que reconocer es la oportunidad del hecho, ya que lo protagoniza uno de los "padres" de la Constitución y justo cuando se cumplen treinta años de su promulgación. Ante determinadas paternidades surge la duda de si no sería mejor acogerse a cualquier suerte de orfandad.

Y releído el texto, me van a permitir ustedes que deje de escribir, porque -no sé si será diarrea o incontinencia-, tengo verdadera urgencia de ir al baño.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Regreso...?

A veces hay silencios tajantes, inesperados, injustificados, que más parecen espantadas, fugas, cerrojazos. No son deliberados, y sin embargo se producen. Así, porque sí.
Puede que esta entrada sea un regreso, qué sé yo. En cualquier caso, quiero aprovecharla para agradecer a quienes alguna vez me han hecho el honor de entrar en mi cuaderno, su interés por mí, a pesar de esa espantada tan poco elegante.
Gracias sinceras.