miércoles, 29 de agosto de 2007

Vincent. Los últimos paisajes

Esta mañana, por fin, tras no sé cuántos aplazamientos por diferentes causas he podido ir al Museo Tyssen.
Pocas veces el nombre dado a una exposición podía declarar tan palmariamente una certeza. La mayoría de quienes vivimos el arte como una consecuencia inevitable de nosotros mismos, indisociable de nuestra propia sustancia, para bien o para mal, hemos podido contemplar, desperdigadas, algunas de estas pinturas en otros museos, otras colecciones, otros países. Pero ver reunidas bajo la explícita consideración de últimos paisajes la mayor parte de ellas, hace cobrar una inquietante conciencia de la producción frenética que ocupó las últimas semanas de este queridísimo monstruo. Y sólo entonces el título adquiere la verdadera dimensón de punto final, por más que todos sepamos cómo y cuál fue el fin del atormentado artista. Como si sólo entre estos cuadros habitara la certeza incontestable: la verificación. Esta es la sensación que me ha invadido apenas traspasado el umbral. No he querido ver técnicas, maneras, resoluciones... nada. No he querido admirar los cuadros de Vincent, sino más bien ver, desde ellos, sus ojos, sus manos, sentir su respiración, convivirle desde cada una de sus telas, si puede expresarse así. Las notas de los catálogos hablan de evolución temática, de intenciones creativas, de puntos de vista alejados, o al menos no demasiado próximos a los empleados hasta su estancia en el manicomio de Saint Rémy. Doctores tiene el arte; mi máximo respeto para ellos. Pero algo ocurre, mucho más transcendente, en la cabeza del genio, cuando la tempestad de la creación no puede separarse de la vida, hasta el punto de crear más de cien obras, no precisamente menores, en apenas diez semanas. Nada escapa al paroxismo de Vincent, convertido ya en el más grande instrumento roto del huracán que lo eligió. El epílogo anunciado -nunca sabré hasta dónde fue consciente- se deja ver en los trigales, que de repente ya no son una excusa para pintar segadores o recrear almiares, sino tan solo eso: trigales como mares mecidos por el viento. Sin más. Los prados no requieren de referencias humanas o urbanas: sólo prados, campos, aire, atmósfera desprovista de cualquier anécdota que distraiga de lo esencial. Trasunto, quizá de simples espacios atemporales impintables. Quizá estaba pintando la eternidad. Quizá su último pincel fue la pistola.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Elogio del tam - tam

Lo que más me cabrea de la dichosa cibertecnología es su poderosa capacidad simuladora de omnipotencia. Todo cerca, todo rápido, todo posible, qué maravilla, uno se convierte de repente en el amo del mundo, como los siniestros e ingenuos personajes de algunas pelis de nuestra infancia. Hasta que de pronto, el dios -que para eso es dios- decide que vale, que sí, que hasta aquí. Y el aparato se queda pillado, y no se despilla ni para la madre que lo parió, y te empieza a escupir una ristra de signos extraños entre los que uno cree adivinar que se deslizan sugerencias para desfacer el entuerto. Y yo, sagaz usuario, que incluso había aprendido ya a hacer transferencias, ahí es nada, trato de seguir las instrucciones para desbloquear aquello, y cuanto más avanzo más se multiplican las indicaciones, esta vez ya directamente en tagalo, hasta que decido apagarlo desde el enchufe, maldecir en sánscrito, e ir pensando en pececity o mediamarkt. Presupuesto, sí, señor, en tres o cuatro días se lo damos, bueno, en ocho, que estamos en agosto. ¿Y para cuándo? Pues lo antes posible, seguramente no más de un mes. Malamente reprimido el primer impulso homicida, llamo a mi sobrino G., un figura. Machote, ¿puedes hacer algo con esta mierda? Se ríe, se lo hago llegar y se pone a ello. Y en esas estamos.
El tam - tam de los swahili, los pigmeos, los masai o toda su santa parentela, lleva cientos de años funcionando, ahí los tienes, con una longitud de onda que ya quisiera el Hispasat, comunicando en tiempo real, como se dice ahora, y sin necesidad de tamtamcity.
Me condeno conmigo mismo porque no soy capaz de conciliar mi ignorancia con la incuestionable utilidad de estos chismes del demonio, y lo siento, pero no estoy por la labor de aprender más allá de dónde está el enter, ya estoy muy mayor para hacerme nudos marineros con las neuronas que van quedando. Lo que quiero es que cuando algo se jode pueda volver a funcionar cuanto antes sin entrar en ese odioso circuito de reparaciones sin fecha, y sin necesidad de obligarte a tener un repuesto por si acaso. Se me podrá rebatir todo cuanto digo, y muy fácilmente, pero no estoy sentenciando nada, no quiero polemizar, no quiero saber qué le pasa al cacharro. Sólo que funcione pronto, qué le debo, ahí tiene, gracias.
Ahora estoy escribiendo (más bien, transcribiendo, me encanta la pluma) desde un ordenata al que no tengo acceso con la frecuencia que quisiera, por lo que no puedo leer los blogs ajenos (ya un poco míos) ni escribir en el propio (supongo que un poco ajeno) con la puntualidad que quisiera. Y me cabrea.
Y además, como las cosas no vienen solas, tengo una lumbalgia (la madre que la parió) que me tiene más doblado que una alcayata. En fin, pues eso, que todo está muy bien.

jueves, 16 de agosto de 2007

Insignes poetas anónimos (¿...o no?)

Hojas que del arbol caen,
juguetes del viento son.
Nous avons,
vous avez,
ils sont.


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Camino de hierro,
camino de flores.
¡Camino me grites,
camino me llores!





Poesía en estado puro...

sábado, 11 de agosto de 2007

¿Cómo dice...? (II)



Con mucho retraso (cinco meses , nada menos), al parecer por graves errores en la edición, impresión o vaya Vd. a saber, me llega por correo el catálogo de la X Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Castilla y León (ARCALE), que tuvo lugar el mes de marzo pasado, y en la que tomé parte con una galería de Vitoria. Vale más tarde que nunca, me digo, resignado, y me dispongo a echar un vistazo, ver las galerías y obras, comprobar la calidad de reproducción de los originales...

Bien, dejemos las consideraciones artísticas y vayamos a lo que nos ocupa: leo la presentación del alcalde de Valladolid, en uno de cuyos párrafos dice textualmente: "El Ayuntamiento de Valladolid apoyará sin denuedo cuantas iniciativas supongan una clara apuesta por la transmisión de ideas y su libre expresión". Muy bien, diga Vd. que sí. Acudo, raudo, al DRAE:

denuedo: (de denodarse).m. Brío, esfuerzo, valor, intrepidez.

A la vista de la definición,se me ocurren cuatro posibilidades:

1ª.- El redactor del texto ha querido decir con denuedo, y un duende malvado de la tecnología gráfica ha cambiado la preposición, dándole a la frase exactamente el sentido contrario al pretendido. Esta es la hipótesis más disculpable.

2ª.- El redactor del texto no sabe, ni se molesta en aprender el significado de denuedo, pero le suena bien o se lo oyó decir a alguien ayer. Y lo cuela. Conclusión: podría haber utilizado en su lugar cueceleches, estrabismo o condensador, ya que el sentido absurdo de la frase seguiría siendo absurdo.

3ª.- El redactor del texto confunde denuedo con descanso, en cuyo caso sólo hace falta algún alma generosa que le saque de su error, le regale la colección completa de Barrio Sésamo, le dé una cariñosa colleja y le sugiera no volver a escribir un texto hasta que no apruebe la ESO.

4ª.- El redactor del texto es perfectamente consciente de lo que escribe, por lo que no hay error. Es decir: el Ayuntamiento no se va a herniar "apoyando las iniciativas..."

Dejo la interpretación al libre albedrío de quien lea estas líneas. Yo me voy a llorar un rato.

martes, 7 de agosto de 2007

Estudio huno


Si fuera decorador de interiores o esteticista, la pulcritud, el orden y la meticulosidad en la disposición de las cosas, serían una máxima en mi trabajo diario. No quiero caer en el tópico, en eso del desorden ordenado y demás, pero dedicándome a la pintura, no sé hacer las cosas sin que parezca que estoy de okupa en el estudio de Atila, especialmente cuando ando metido en formatos grandes, que siempre exigen poner mucho por medio y la mayor libertad de movimiento posible.

Puedo asegurar que siento cierto pudor al hacer públicas estas fotos, pero es mayor el deseo de expresar sensaciones, sentimientos, y hacerlo también públicamente. Y más aun cuando en el transcurso de estas pocas semanas desde que estrené mi tribunita, tengo la impresión -muy agradable, por otra parte- de estar entre gente bien maja que, a su vez, comparte sus cuitas. Todo esto me resulta muy novedoso, pero sobre todo, muy enriquecedor, tanto cuando toca bálsamo como cuando hay cierta cera. Me honro en todo ello.

Volviendo a mi "desastroso espacio", diré que no hay nada que me haga más feliz que abrir cada día la puerta del estudio (salvo compartir la vida con mi mujer, mis hijos, mi nietín -gracias por el término, dr-). Paso la mayor parte del día solo, excepción hecha de la compañía de papá Bach, Mozart, Haydn, Brahms... o Carlos Herrera. Solo, a vueltas con la tormenta de ideas, que no siempre descarga como yo quisiera, que en ocasiones me tiene durante horas en el dique seco, que a veces me obliga a destruir lo iniciado, con la consiguiente sensación de fracaso y pérdida de tiempo; que otras, me compensa con la serena satisfacción en la larga y crítica observación de la obra terminada.

En fin, mi estudio huno es mi trabajo, mi descanso, mi pensadero, el vertedero de mi creatividad, si es que la tengo, que esa es una duda permanente cuya sombra siempre, siempre acecha.

sábado, 4 de agosto de 2007

Retro

Apaciguada luna, lento encaje
cambiante entre chopos y enredaderas,
te beso por la miel de adormideras
con que me unge tu albo maquillaje.

De estrellas en suspenso al andamiaje
dirijo un canto roto por si fueras
el digno camposanto de quimeras
o el despertar a su infinito viaje.

Cabalguen con el alma sin regreso
a tu prístino embrujo los corceles
que mueren de azabache con el día.

Inmóvil bajo tu hipnótico peso,
yo te corono, luna de laureles
para rendirte eterna pleitesía.


Ha debido de ser la luna llena de hace unos días. Me he visto removiendo papeles amarillentos para transcribir este soneto, escrito hace unos 25 años, cuando, como todo pipiolo, mirando la luna o a la inopia, me creía poeta.