lunes, 22 de diciembre de 2008

Los niños de Dickens no han muerto

Mediados de diciembre, casi las nueve de una noche criminal, descaradamente adelantada a un invierno que se presume crudo. Ella sale del hipermercado empujando el carro de la compra hacia el aparcamiento exterior. En un extremo de la explanada, un par de zagales de no más de siete años, juguetean alrededor de unos contenedores. Cuando ven que ella abre el coche para guardar la compra, se le acercan corriendo. Visten unos chándals que alguna vez debieron de ser nuevos y unas zapatillas deportivas que sin duda conocieron tiempos mejores. Nada más.

-Señora, señora, ¿nos das una galleta? -piden en una lengua que quiere parecerse al español.
Ella se queda de una pieza ante las caritas de los niños, y cae en la cuenta de que no jugaban en los contenedores.
-Pues es que no llevo galletas, hijos.
-Pues otra cosa.
Les vuelve a mirar a los ojos, y echa mano a un bolsón de madalenas.
-¿Os gusta esto?
No le da tiempo a decir nada más: los chiquillos se la arrebatan de las manos, dicen algo parecido a "gracias, señora", y escapan corriendo y riendo como alma que lleva el diablo.

Ella es mi mujer. Llegó a casa unos minutos después y me lo contó. Hacía frío, traía el cuerpo encogido. Y el corazón también.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No es para menos que para encoger el alma. No sé qué clase de mundo vamos a dejar tras nosotros, pero a mí cada vez me gusta menos.

Los niños de Dickens no han muerto, tienes razón, y eso es para matarnos a todos a estas alturas de la película del mundo.

La pobreza y la desigualdad crecen cada día, pero parecemos más interesados en situar satélites en el espacio, que comida en los estómagos de tantos y tantos niños. Y eso que sería mucho más barato.

Feliz Navidad, Amart, esperemos que, por lo menos, se nos siga encogiendo el alma con estas cosas.

Beso.

amart dijo...

Lo peor, Respi, es la costra que este tipo de situaciones va creando en la sensibilidad social. ¿A quién le importa?
Un beso y un feliz 2009.