viernes, 12 de diciembre de 2008

De diarreas e incontinencias

No teman ustedes, no es que me haya sobrevenido un repentino acceso de redacción escatológica, aunque, dadas las circunstancias que nos rodean, tampoco sería de extrañar. Tomemos el título, pues, en sentido metafórico.

Sabido es que nos movemos en un mundo de excesos, en el que lo peor no son tanto los excesos en sí mismos como su banalización, hasta el punto de incorporarlos a la vida cotidiana dándoles una inquietante pátina de normalidad. Todo vale, no pasa nada, cualquier declaración, acto o conducta se justifica bajo el amparo de la libertad de expresión, de la inmunidad parlamentaria, de la interpretación interesada o del poder económico y su influencia. O del artículo 33. Y por si todo esto falla, siempre queda el recurso de la tibia rectificación, por la que el autor de un dicho o un hecho reprobables, no sólo queda eximido de toda responsabilidad, sino que se le suele subir a los altares por la humildad y la grandeza de espíritu que representa una supuesta retractación pública.
-Manolo, llámale hijoputa a ése, y si ves que se te echan encima, dices que era algo coloquial, que no había ánimo de ofensa, que se han sacado tus palabras de contexto.

Pedro Castro llama tontos de los cojones a los diez millones que no votan a la izquierda. Un calentón verbal, claro. Medio minuto de reflexión previa le habría hecho caer en la cuenta de que la condición de tonto de los cojones no es patrimonio de izquierdas ni derechas sino más bien un adjetivo inherente a un buen número de indivíduos, con independencia de sus simpatías políticas, algunos de los cuales incluso pueden llegar a ocupar altos cargos municipales.

Joan Tardà, el más insigne parlamentario después de Emilio Castelar, en un brillante alarde de locuacidad, se permite gritar "muerte al Borbón" en un mitin. Vamos, vamos, cómo se puede pensar que desea mal alguno al rey. Estaba aludiendo a una vieja consigna que se decía illo tempore, referida a Felipe V. Y si no, ahí está mamá Bono para dar la carita por él. Mejor será no echar leña al fuego, no sea que el Sr. Tardà nos ponga una querella por calumnias o por atentar contra su honor.

Santos Mirasierra, paradigma de la noble hinchada del Olympique de Marsella, es acusado, juzgado y condenado por un tribunal de esta España fascista, por la nimiedad de agredir a un policía y arrearle un sillazo a otro durante el partido que enfrentaba a su equipo con el At. de Madrid en el Vicente Calderón. Tres años de cárcel. Revisada la causa inmediatamente por aquello de las consecuencias en el partido de vuelta, parece que el inocente aficionado tan solo le daba una palmadita en la espalda al primer policía, y en cuanto al segundo, lo que realmente hacía era ofrecerle su propia silla para que estuviera más cómodo. Nada, nada, seis mil euros de fianza y a casita en jet privado con catering vip a cargo de la dirección de su equipo. Se rumorea que va a recibir en breve la medalla de oro y brillantes del club, al tiempo que se le propondrá para futuro presidente de la UEFA.

Manuel Fraga, preguntado en un acto reciente acerca del peso de los partidos nacionalistas en la escena política actual, afirma que para ponderar su peso habría que colgarlos de algún sitio. Los discípulos del dinosaurio fundador -que debería llevar más de veinte años disfrutando de una digna jubilación- se tragan el sapo y oponen, cómo no, el sentido metafórico de la expresión. Lo que sí hay que reconocer es la oportunidad del hecho, ya que lo protagoniza uno de los "padres" de la Constitución y justo cuando se cumplen treinta años de su promulgación. Ante determinadas paternidades surge la duda de si no sería mejor acogerse a cualquier suerte de orfandad.

Y releído el texto, me van a permitir ustedes que deje de escribir, porque -no sé si será diarrea o incontinencia-, tengo verdadera urgencia de ir al baño.

1 comentario:

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Justo y necesario.
Así que amén.