lunes, 10 de marzo de 2008

Los datos, los rostros

Poca literatura añadiré a la ya vertida en las ondas y las páginas impresas. Es hora de hacer digno el papel que a cada uno le ha sido asignado por la voz popular en el macrocasting electoral. A poco que se esfuercen, todos los actores de esta tragicomedia nuestra serán capaces de mejorar la chapuza de los últimos cuatro años.

Números, cifras, gráficas, comparativas (como se dice ahora)... No se molesten, no saquen la calculadora, olviden el dibujito del hemiciclo con el antes y el después, no pierdan demasiado tiempo en estudiar los análisis expertos del día después (como también se dice ahora). Si quieren conocer con toda exactitud el nuevo panorama político, abran la prensa, cualquier periódico, y, como los niños con sus primeros cuentos, eviten la letra para mirar las estampas. Vean los rostros, todos los rostros. Ese es el verdadero, el inocultable balance de la consulta.

La cara de Rajoy era poco más que su propia sombra, era el abatimiento sobrevenido de golpe, la ruina del político revestida de la dignidad del hombre. La de su mujer, a él abrazada, el amor de la esposa, más que al líder hundido, al marido derrotado. La cara de Acebes era la estúpida risa de quien tiene las mismas ganas de reír que de morirse; los otros dos comparsas estaban sin estar. García-Escudero, poco antes, era un rictus amargo de impotencia mal disimulada. Y los otros, Gallardón, Aguirre, Zaplana, no sé si lamiendo sus heridas en la rebotica, porque estaban missing. El rostro de Zapatero era la mueca de siempre, la que pone para hablar de lo que toque. A Pepiño, inflado ya el pecho, empezaba a asomarle la cresta altiva del gallo que se sabe dueño del corral. De la Vega, transida de gloria, multiplicaba sin rubor, con su amplia sonrisa, las arrugas de su pergamino. Caldera reflejaba en el gesto una sobredosis de ego, mientras Zerolo experimentaba, sin duda, su enésimo orgasmo democrático.

Carod-Rovira y adláteres eran tiburoncillos que habían perdido los dientes por el estacazo en la boca de su propia soberbia, puestos en fuga por un banco de boquerones. Llamazares había perdido el rostro y los escaños y sólo era una pobre voz lastimera echando la culpa al empedrado, mientras Rosa Díez -Rosa de España, me temo, a su pesar-, reflejaba en su cara la luminosa felicidad de la primeriza que tras un parto difícil, ve, al fin la cara de una rolliza criatura.

Sólo quedan unos pocos rostros, los de los millones de españoles que dibujamos ayer los de quienes han de gobernar el pecio. Aún no se ven, pero es cuestión de tiempo.

lunes, 3 de marzo de 2008

¿Debate? ¡Desbarate!

Tan solo dos diferencias con el anterior, a saber:

a) los adversarios habían cambiado de campo (de juego);
b) los adversarios habían cambiado de Campo (Vidal).

Por lo demás, que me lo cuenten. Y en medio, las encuestas inmediatas: en unos medios, 60 - 40; en otros, 40 - 60.

Si no fuera por la gravedad de lo que nos jugamos el domingo que viene, sería para reírse de estos dos a mandíbula "debatiente".