martes, 26 de junio de 2007

Inhibidores

Nuestros soldados están en el Líbano en misión de paz. ¿Y eso qué es? Pues no se sabe muy bien, pero será algo así como dar de comer a niños y ancianos, curar arañazos o intentar convencer a los que allí se parten el cráneo cada día, que no, que está muy mal eso de pegarse. Y para misiones como estas, el Ministerio de Defensa podría recortar el presupuesto, la verdad. ¿Qué necesidad hay de dotar de armamento a los soldados, si van en misión de paz? Hombre, es que si son víctimas de un ataque, tendrán que defenderse. Pero, la defensa organizada del ejército frente a un eventual ataque de fuerzas hostiles ¿no es un acto propio de la guerra? Sí, pero estas circunstancias pueden darse en países en conflicto, y hay que contar con ellas. Ah. Entonces, ¿por qué no se amplía el presupuesto del ministerio para dotar a las fuerzas en misión de paz, de los elementos que ayuden a su seguridad? Porque hasta la fecha, ésta no estaba considerada zona de alto riesgo, como Afganistán, por ejemplo. Ya, o sea, que los seis soldados han muerto al caerles un saco de arroz en la cabeza. No, ha sido un atentado con coche bomba. ¿Y los inhibidores de frecuencias? En Afganistán, pero dice Alonso que a partir de ahora también los vamos a tener aquí. Pues menos mal. Qué contentas se van a poner las madres de estos seis chicos.

domingo, 24 de junio de 2007

Sobre la vereda de dioses

El pasado 21 de junio, Sir John More (el hilo invisible), escribía una breve entrada, apenas cuatro líneas, titulada Salida y meta, del que hice un breve comentario. Sugiero a quien pueda leer estas líneas, lea primero aquéllas, para situar la acción.
El texto que transcribo a continuación es un extracto de un relatito que escribí hace unos años y del que me acordé inmediatamente después de leer la entrada de Sir John, y de identificar mi sensación con la suya.
"Había cenado en la cocina, siempre cenaba en la cocina cuando iba a llover, sentada al lado del fogón, frente al ventanuco que daba a poniente para contemplar la cortina de agua tras el porche a la luz del crepúsculo. Vencido ya septiembre, sabía bien que el valle, vestido con los últimos verdes y pardos, no tardaría en encapotarse. Las nieblas desdibujarían poco a poco los contornos, hasta borrar por completo las referencias más próximas, haciendo desaparecer dentro de su enorme panza gris los tejados rojizos y los prados de las laderas. Entonces el alto del Picazo quedaría reducido a una casa y un trozo de tierra rodeado de ruinas, flotando en una atmósfera de humedad y silencio, a mil kilómetros de cualquier parte. Lo sabía bien y lo esperaba cada año con el mismo gozo íntimo de la primera vez, diez otoños atrás, apenas recién instalada en la casa, cuando una mañana le despertó el silencio, y al asomarse a la ventana vio que se habían llevado el mundo de allí. Corrió a abrir la puerta y ni siquiera pudo distinguir el perfil de los castaños ni la cerca de piedra. Se quedó plantada en el umbral, quieta como un mueble, en camisón y zapatillas, escuchando el zumbido de sus oídos y el graznido lejano de un pájaro invisible. Cuando la voz aterrada del zagal le devolvió la conciencia, se descubrió tendida en la hierba, sin saber por qué y sin importarle..."
De qué modo tan inopinado pueden acudir recuerdos que parecían arrumbados. Gracias, Sir.

martes, 19 de junio de 2007

Desolado

Ahora que la Cibeles ha vuelto a vestir galas blancas tras cuatro años de sequía merengue, ahora que todo terminó, que la liga es historia...¿qué voy a hacer hasta que el balón vuelva a rodar? Desolado es poco. Triste, abatido, depre. Pero no se me interprete mal. No es la suspensión temporal de mi dosis de opio dominical lo que me hunde. A mí, la liga, los fichajes, los puntos, el árbitro y el marca me traen sin cuidado. Lo que me tiene hecho polvo es que durante los próximos dos meses no voy a poder disfrutar de las edificantes apariciones mediáticas extradeportivas de mis ídolos. No sé dónde voy a encontrar un referente sólido para elegir mis próximos peinados -despeinados-, rapados, tintes capilares. Quién me dirá por dónde tengo que joder los vaqueros para que el roto sea molón, o qué tipo de gafas de sol debo usar a partir de las once de la noche. ¿Me afeitaré a diario o cada veinte días? Me come la incertidumbre.
En fin, trataré de consolarme recordando sus apariciones estelares en ruedas de prensa (por cierto, obsérvese que todas esas ruedas de prensa se celebran inmediatamente después de que el jugador haya salido de la ducha). Hasta que vuelvan de vacaciones, pasaré mi tiempo encerrado, recordando tantas y tan sesudas reflexiones vertidas ante el racimo de micros: "...aún queda mucha liga...", "...ahora hay que mirar adelante y seguir trabajando...", "...será un partido complicado...", "...hay que darlo todo, no hay enemigo pequeño..." Ese será mi consuelo. De hecho, he decidido que, a partir de ahora, me pregunten lo que me pregunten, mi respuesta siempre empezará por "bueno, la verdad que...", o bien, "bueno, está claro que..."
-Amor, ¿cenamos?
-Bueno, la verdad que es un poco temprano.
-Cariño, ¿has visto las llaves de mi coche?
-Bueno, está claro que estaban encima del piano.
No sé, no sé si tendré presencia de ánimo para soportar esta ausencia.

viernes, 15 de junio de 2007

Sólo un número

Esta vez son veintiséis. Antes era noticia, pero sabido es que un hecho se convierte en noticia por insólito, novedoso o por la carga de morbo que pueda encerrar. Ayer, ciento cincuenta, setenta y dos hace unos días, quizá noventa, mañana.
Esta vez son veintiséis. Miento, veinticinco; el pesquero (dramática pesca) rescató uno muerto de entre el enjambre de brazos desesperados por enganchar un centímetro de salvavidas. Al final, la noticia de desvanece hasta desaparecer, convertida en un número, el número diario, que se lee o se escucha, y se olvida. Como el de los ciegos.